sábado, 24 de julio de 2010

Oferta: Lobotomizador.



Lobotomía: es la ablación total o parcial de los lóbulos frontales del cerebro.
Este procedimiento se refiere comúnmente a
toda clase de cirugías en los lóbulos frontales del cerebro;
sin embargo, debe llamarse propiamente lobotomía
a la destrucción de las vías nerviosas
sin extirpación y lobectomia cuando sí haya extirpación.



Parte I


Ni Gingsberg, ni Kerouac, ni Burroughs. Mucho menos Bukowsky. Ninguno. Tomo la lupa de veinte para transformarla en hielo negro, lúgubre. Beatnik posmoderno. Beatnik con celular, con monitor y con una Nikon D40. Sin jeringas, sin cadillac, sin LSD24, sin cocaína, sin eucodal, ni cucharas quemadas, ni yage. Mi ayahuasca se respira en la vereda, en la cocina, en el patio y por sobre todo, frente a veintiún pulgadas de imágenes. No importa la cantidad de pulgadas, el resultado es el mismo. Me detengo con mi lupa helada y ennegrecida frente a un plato de vegetales frescos. El resultado es el mismo. Aunque mi lupa, en pleno uso de su función, me comunica lo contrario. Una felicidad pequeña, un monto de afecto mínimo, depende necesariamente de catorce pulgadas. Interpreto ironía y esbozo una sonrisa soberbia, hastiada. Catorce, el número de la infinidad. Catorce, el mínimo para observar felicidad... infinita. El resultado es el mismo, aunque se discrimine el tamaño. Aunque un sujeto, o dos, o cinco, diez, catorce, no lo discriminen. Por algún motivo, el cocainómano depende de las dosis constantes para la sensación de placer constante. Sin cuestionar el motivo, se dirige cómo puede allí donde ve dinero y luego allí donde ve cocaína. Quizás en un inicio le basta una dosis rápida, breve. Una línea, un pase, un firulazo. Y así, cada gránulo de harina aspirado se arroja a unos alveolos hechizados que, por cada respirar, solicitan con gemidos una nueva dosis. Por cada latido de corazón, una voz susurra "dosis" muy cerca del encéfalo. Un pase. Algo mínimo. Catorce pulgadas. El resultado es el mismo.
Con un tenedor de acero brasilero intento coger un poco de los vegetales. Lento lo acerco al plato, lento se transforma en un tenedor de cristal, gélido y negro. Recojo sin sobresalto un poco de lechuga, un poco de tomate y lo llevo a mi boca, masco y trago. Tomo la lupa fría una vez más y me comunica risas, dentro y fuera del lobotomizador. Como los junkies, si aumenta la dosis, aumenta el placer, aunque el resultado sea exactamente el mismo. Si aumenta la dimensión diagonal, mayor la felicidad.

Parte II

Soy testigo de la diversidad de tamaños que se depositan en salas de estar. A su vez, reflejan status y me tomo la libertad de creer que la felicidad copula impunemente con la economía. La lobotomía nunca ha sido tan voluntaria. Dichoso Bradbury, quien me obsequió en última instancia la lupa que estropeé o pulí, como quiera tomarse. No hace falta la lupa para entender que quién tenga un lobotomizador de catorce pulgadas, aspira a poseer uno de, por lo menos, veinte pulgadas. Así, quien posea uno de veinte, aspira a un incremento de, por lo menos, veintiún pulgadas. Mayor tamaño, mayor imagen, mayor felicidad, mejor la dosis. El adicto depende de pocas facultades mentales para satisfacer su necesidad de droga lobotomizadora. El adicto, necesariamente, prioriza el placer mental y por esto, se impone deudas por sus dósis. La lobotomía nunca se ha pagado en cuotas eternas. Tomo una jarra con agua, la botella ennegrece y se congela. Tomo un vaso para servir el agua y sufre el mismo destino. Discrimino las mutaciones para hidratarme con tranquilidad. Marcho con el vaso oscuro y mi lupa hacia otra habitación.


Parte III

Una imagen nítida en definición es vomitada en cuarenta y dos pulgadas diagonales. Una imagen tridimensional y casi palpable. Una imagen inútil para pocos, referencial para algunos y llena de una felicidad indiscutible para muchos. Observo con la lupa y cada pixel colorido se asemeja a los colores alucinógenos del ácido lisérgico. La mirada de los adictos destellan en pupilas dilatadas. Sonríen estupefactos sin una lupa, con el nervio óptico sobreestasiado. Intento persuadir a uno de los junkies posmodernos, me acerco tranquilo, sin preocupación a la vista.
-¿No te apetece observar con mi lupa? -con una sonrisa entre mis mejillas, supongo que la idea será aceptada, pero el adicto ni siquiera puede contestar. La adicción detiene la recepción de neurotransmisores, detiene la total ejecución de las facultades mentales, detiene su cerebro tanto como su existencia. Al fin, atina a contestar un enfurecido "No molestes. No quiero terminar de ese color", para luego expulsar una carcajada sin motivo. Al menos yo, no encuentro motivo.


Parte IV

Me retiro al baño y comienzo una reflexión que no vale siquiera el esfuerzo de escribir. Me detengo en el punto en que le atribuyo la culpa a mi lupa. Es poco agradable a la vista, es poco atractiva. Es negra, de hielo. Poco agradable al tacto. Puedo reconocerlo aún cuando mi encanto por ella es inigualable. Corro mi mirada hacia la lupa, la observo, sonrío y mis ojos deben brillar en este momento. Por algún motivo, mis ojos siguen el mango de la lupa y siguen hasta la mano con la que la sostengo. Me horrorizo. Mi mano: negra como el carbón. Raudo me acerco al espejo, mi piel, mis dientes, mis ojos, mi lengua, negras como el petróleo. Corro fuera del baño, una de las habitaciones, repleta de adictos con narices empolvadas que rien frente al lobotomizador gigante. Otro cuarto, pequeño y modesto, con dos ancianas en las mismas condiciones risueñas, pero con jeringas de heroína en las manos y en la mesa, frente al lobotomizador pequeño de catorce pulgadas. En una tercer habitación, un niño de cinco años aproximadamente, juega con un rompecabezas hecho de ácido lisérgico, con un lobotomizador que arroja sujetos disfrazados de dinosaurios. Lógicamente, rie a carcajadas y se lleva una pieza del rompecabezas a la boca. Mi pánico se incrementa. Corro hasta la calle y me calmo.

Parte V

Me siento en el cordón de la vereda y respiro con profundidad. La calle solitaria me observa, me contempla, me protege, me cobija. Suspiro. Prendo un cigarro y pienso inútilmente qué hacer. Pasan diez minutos, veinte minutos, media hora y en el hilar de pensamientos se entretejen risas que provienen del interior. Una dicotomía trivial me atormenta, arrojar la lupa y destruirla, o lidiar como se pueda con la lupa y confiar en su sabiduría. Opto por la primer opción, con dudas, pero el exilio me resulta despreciable. La tomo entre mis manos y la arrojo con la mayor de mis fuerzas hacia el suelo de marmol. Nada. Solo rebota. La piso, salto sobre ella. Nada. El resultado es el mismo. Miro el cielo y tomo con mis manos mi cabello, arrojo un suspiro al viento para que se confunda la ayahuasca dulce del aire con mi vapor húmedo. Cierro mis ojos, miro la lupa indestructible en el piso un momento y la recojo. La miro, aclaro la garganta, la guardo en el bolsillo de mi abrigo, tomo aire y vuelvo a entrar. Una vez más, el resultado es el mismo. Siempre el mismo. Sea dentro o fuera. Dentro o fuera, es inútil, en la feria de vanidades.


eze.

2 comentarios:

  1. Hoy justamente hablé con un Cubano acerca de la Lobotomía...le dije
    "Ya que en Cuba hay tantas novedades médicas...existe la lobotomía?"

    No mihjita...
    y no. Yo sabía de antemano la respuesta...
    muy largos tus textos eze, es una crítica constructiva.

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  2. exactamente, muy largo. pero si escribo para el público masivo... me limito a ser como bucay. me costó escribir todo esto y la idea era precisamente que no lleguen a terminarlo. el blog me sirve de agenda, lu. solamente eso.

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