miércoles, 21 de julio de 2010

Abrazo invernal




Desorbitar las moléculas y desordenar el tiempo. Una súplica de estímulos adyacentes en gorgojos de niebla blanca. Incorporar al súbdito de castigos en armarios de seda. Lamentar cada suspiro de insomnio y escupirlo en extravagancia. Una bufanda y un chaleco. El invierno que llega en soplos de viento gélido desde el sur. Caminatas apresuradas con manos en los bolsillos de cada grueso abrigo. Gorros de lana, inundan las cabezas de cada existencia efímera y cobijan conciencias en discurrir. Por cada exhalar, asciende una nube húmeda. Tan húmeda como humana. Tan húmeda como los recuerdos. El cielo gris. Mil nubes abrazadas entre sí, o que abrazan el celeste detrás de ellas en un intento inútil. Abrazos de invierno. Tipicidad de estación. Leña, sofá y abrazo. Abrazar el hilo de los guantes, abrazar con los labios la temperatura del café, abrazar las piernas debajo de la frazada, abrazar tazas entre manos sedientas de calor humano, abrazar toallas, mantas y manteles, cucharas, caldos, calderas y caderas. Abrazar con el antebrazo, con el codo, con las rodillas, con el pubis, con la boca, con los oídos y con los ojos. Abrazar en el amanecer, abrazar en el mediodía, por la tarde, por la noche en una estación de trenes. Abrazar para contemplar la nieve, para acompañar el compás de cada copo, para copular. Abrazar... el frío.


foto: Romina Rocío Degasperi
modelo: eze.
texto: eze.

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