miércoles, 23 de junio de 2010

Polvo de estrellas


Cuanto más se eleva la luna, más puede apreciar su crecimiento de cabello, sus labios como cerezas y el ángulo de su nariz . Cada rayo de luna que golpea impetuoso sobre sus mejillas, cobra un sentido visual en las pupilas de su caballero. Es así como pasan la noche en el claro del bosque. Sin miedos, sin desazón, sin huir y sin sol. Sin las cortinas ni la pompa real. Refugiados detrás de los árboles, debajo de la noche, sobre frazadas de césped y al lado del otro.

El silencio los atrapa en burbujas de rocío, y solo es interrumpido por las minúsculas explosiones de las ramas secas que se colapsan en el fuego. El silencio de las noches de verano. Un silencio temprano que se asemeja al duelo sin muerte, al contemplar una vela en penumbras, a la ausencia de sonidos que brinda el dormir.

En un descuido de reflexión voluntario o involuntario, ella decide irrumpir el silencio: -¿cuál de las estrellas será la última en desaparecer?. El caballero, toma su espada y señala una estrella entre la infinidad que mostraba la noche para agregar: -aquella que decidas, sea el reflejo de mi sentir por usted.

-Es usted muy considerado, digame, por favor, ¿y si al atardecer de mañana ya no puedan mis ojos divisarla? ¿y si desapareciese mientras dormimos o mientras intentamos perpetuar nuestro abrazo?

-En tal caso, señorita, mi sentir se convertirá en polvo de estrella y se depositará en otras, más cercanas a usted. Así, esperarán que usted las divise y las corone partes de mi ser.

-Expliqueme, caballero, ¿cómo haré para no confundir esas estrellas que me corresponden con las vacías de vos?

-Usted, mi dama, es quien conduce mi voluntad. Será usted quien podrá decidir en qué región del cielo se encuentra mi sentir, mi esencia, mi existir. Dependerá de usted, indicar mi aterrizaje sobre las estrellas que desee. Será el dedo que utilice para señalar el firmamento, la herramienta que señalará mi destino.

La joven no hizo más que entregarse a los brazos de su caballero para que él acaricie su cabello, sus hombros y sus brazos. Para que el perfume de su blanca piel llegue hasta sus pulmones y lo llenen de un calor nacarado, inmutable y completo. El frío de la noche se doblega en un abrazo cándido y medieval en el que dos amantes no especulan distancias ni finales. Ni siquiera la fatalidad. Únicamente un rebaño de estrellas que copulan en el cielo logra hacerles el amor en un castillo plateado. El frío de la noche, las estrellas, el fuego que se apaga y sus suspiros, son los únicos ojos protagonistas de su eternidad.

Relatos ermitaños de pan - eze.

A mis amores efímeros de la vida.

En la reformulación habitual de sentidos sobre las cosas,
uno tropieza con inconvenientes aberrantes para su satisfacción.
Un ejemplo es la "nada", la nada interviene drásticamente en la interpretación fugaz de tierra yerma.
En la interpretación paulatina del "no ser", de la inexistencia y la ausencia de la cosmovisión general del todo.



Amanecía lentamente, como todos los días nacen detrás del horizonte. El reverberar de palabras se encogía durante la noche para dar rienda suelta a un sinfín de cometidos tormentosos. Es que la idea clave de cualquier amigo no puede ser tan irremediablemente verdadera. Una falla detectada en las premisas concluirían de manera lógica y positiva el error de la generalización.
Marcaban las nueve en el reloj de pié junto al escritorio, tomé las llaves y partí rumbo al día. Mientras cerraba la puerta percibí a aquella vecina un tanto diferente, un tanto más hermosa, un tanto más apetecible. Sus curvas más pronunciadas y hasta más femenina. Es sabido que uno de los peores martirios para un hombre es ver a su anterior pareja más sensual que cuando él fue protagonista de la historia. Pasado por alto aquello (puesto que no se encuentra dentro de mi persona ser libidinoso con las muchachas de mi cuadra) continué mi camino hasta la parada del omnibus. Carla estaba ahí, con su cabello azabache cruzando mi mirada. No encontraba coincidencia en su camino y el mío, podría asegurar que tomaba otro colectivo. Incluso me atrevería a afirmar que la vi caminar en la dirección opuesta a la mía. Tal vez haya estado dormido y la percepción por la mañana es un tanto diferente entre lagañas, frío matinal y el sol que obstruye la retina.
El 136 se asomaba por 25 de mayo con sus suspiros hidraulicos, en ese momento pude divisar a una mujer que corría para alcanzar al colectivo. Me tocaba subir, pero dejé una pierna en el primer escalón y esperé que la sorpresa se acercara con ese galopar torpe. La bella mujer que corría dejando sus pulmones en cada paso era indiscutiblemente Carla. En ese preciso instante me detuve, con el ceño fruncido, a aventurarme en un hilar de ideas bastante oscuro. Mientras le cedía el paso a Carla para que subiese, miraba a Carla colocar moneda a moneda la suma de dos pesos.
Comencé por el inútil intento de recordar el consumo de algún estupefaciente antes de salir, incluso la noche anterior, pero juraría que no consumí ningún alucinogeno. Seguí por la idea de una gemela que nunca conocí, idea que derrumbé al subir el último peldaño del colectivo. Efectivamente, me encontré con siete Carlas más. Por último, acudí a la idea del sueño, de la irrealidad completa y constituida por el fantasear. La verdad es que la sorpresa me duró poco. Sí, se que es increíble, pero me acomodé como pude y esperé que alguien notase lo mismo que yo para sentirme no se si acompañado, pero al menos, menos solo. Y no, cada uno en su territorio mental, miraban sí las caras de unos y de otros, sus conductas, sus resfríos de otoño, sus codos, sus ropas, sus zapatos, sus manos. Pero nadie se alarmaba al ver nueve señoritas voluptuosas e idénticas desde el exterior de sus vestiduras hasta los huesos y los genes.
Fue un error suponer que en el trabajo encontraría el alivio de sentir el día como otro más del montón desperdiciado en mi vida. No estoy seguro del beneficio o la desventaja del asunto, lo cierto es que llegaba al edificio y la voz de Nora me sonó algo extraña, giré y encontré, por si fuera poco, a Carla. Julieta, Sabrina, Eve, la chica de las fotocopias, la del bar, la del kiosco, la del 8vo C, la que limpia, todas eran Carla.
Hacia el final del día, cuando ya todo parecía normal y hube superado el desafío de mantener la cordura, me encontré con mi amigo en la calle. Él salía de su rutina laboral en el taller mecánico. Me atreví a preguntarle luego de tomar al azar a dos mujeres que pasaban por el lugar a modo de ejemplo: loco, ¿no encontrás una similitud de consideración significativa entre esas dos minas de ahí?. A lo que él me respondió luego de encender su cigarrillo con las manos sucias del taller: esas dos son iguales a esas cuatro de la esquina, y a su vez a esas ocho que toman café ahí adentro y a las dieciseis de tu oficina. Te lo dije ayer, son todas iguales.

eze.

Nota de autor: es necesario dar fe de mi consciencia a la hora de escribir estas lineas precedentes. Sé, sin lugar a dudas, que la calidad del escrito es realmente mala. Pero sepa ud, señor lector, que a efectos de la expresión y práctica, la prosa elaborada es sumamente voluntaria.