miércoles, 23 de junio de 2010

A mis amores efímeros de la vida.

En la reformulación habitual de sentidos sobre las cosas,
uno tropieza con inconvenientes aberrantes para su satisfacción.
Un ejemplo es la "nada", la nada interviene drásticamente en la interpretación fugaz de tierra yerma.
En la interpretación paulatina del "no ser", de la inexistencia y la ausencia de la cosmovisión general del todo.



Amanecía lentamente, como todos los días nacen detrás del horizonte. El reverberar de palabras se encogía durante la noche para dar rienda suelta a un sinfín de cometidos tormentosos. Es que la idea clave de cualquier amigo no puede ser tan irremediablemente verdadera. Una falla detectada en las premisas concluirían de manera lógica y positiva el error de la generalización.
Marcaban las nueve en el reloj de pié junto al escritorio, tomé las llaves y partí rumbo al día. Mientras cerraba la puerta percibí a aquella vecina un tanto diferente, un tanto más hermosa, un tanto más apetecible. Sus curvas más pronunciadas y hasta más femenina. Es sabido que uno de los peores martirios para un hombre es ver a su anterior pareja más sensual que cuando él fue protagonista de la historia. Pasado por alto aquello (puesto que no se encuentra dentro de mi persona ser libidinoso con las muchachas de mi cuadra) continué mi camino hasta la parada del omnibus. Carla estaba ahí, con su cabello azabache cruzando mi mirada. No encontraba coincidencia en su camino y el mío, podría asegurar que tomaba otro colectivo. Incluso me atrevería a afirmar que la vi caminar en la dirección opuesta a la mía. Tal vez haya estado dormido y la percepción por la mañana es un tanto diferente entre lagañas, frío matinal y el sol que obstruye la retina.
El 136 se asomaba por 25 de mayo con sus suspiros hidraulicos, en ese momento pude divisar a una mujer que corría para alcanzar al colectivo. Me tocaba subir, pero dejé una pierna en el primer escalón y esperé que la sorpresa se acercara con ese galopar torpe. La bella mujer que corría dejando sus pulmones en cada paso era indiscutiblemente Carla. En ese preciso instante me detuve, con el ceño fruncido, a aventurarme en un hilar de ideas bastante oscuro. Mientras le cedía el paso a Carla para que subiese, miraba a Carla colocar moneda a moneda la suma de dos pesos.
Comencé por el inútil intento de recordar el consumo de algún estupefaciente antes de salir, incluso la noche anterior, pero juraría que no consumí ningún alucinogeno. Seguí por la idea de una gemela que nunca conocí, idea que derrumbé al subir el último peldaño del colectivo. Efectivamente, me encontré con siete Carlas más. Por último, acudí a la idea del sueño, de la irrealidad completa y constituida por el fantasear. La verdad es que la sorpresa me duró poco. Sí, se que es increíble, pero me acomodé como pude y esperé que alguien notase lo mismo que yo para sentirme no se si acompañado, pero al menos, menos solo. Y no, cada uno en su territorio mental, miraban sí las caras de unos y de otros, sus conductas, sus resfríos de otoño, sus codos, sus ropas, sus zapatos, sus manos. Pero nadie se alarmaba al ver nueve señoritas voluptuosas e idénticas desde el exterior de sus vestiduras hasta los huesos y los genes.
Fue un error suponer que en el trabajo encontraría el alivio de sentir el día como otro más del montón desperdiciado en mi vida. No estoy seguro del beneficio o la desventaja del asunto, lo cierto es que llegaba al edificio y la voz de Nora me sonó algo extraña, giré y encontré, por si fuera poco, a Carla. Julieta, Sabrina, Eve, la chica de las fotocopias, la del bar, la del kiosco, la del 8vo C, la que limpia, todas eran Carla.
Hacia el final del día, cuando ya todo parecía normal y hube superado el desafío de mantener la cordura, me encontré con mi amigo en la calle. Él salía de su rutina laboral en el taller mecánico. Me atreví a preguntarle luego de tomar al azar a dos mujeres que pasaban por el lugar a modo de ejemplo: loco, ¿no encontrás una similitud de consideración significativa entre esas dos minas de ahí?. A lo que él me respondió luego de encender su cigarrillo con las manos sucias del taller: esas dos son iguales a esas cuatro de la esquina, y a su vez a esas ocho que toman café ahí adentro y a las dieciseis de tu oficina. Te lo dije ayer, son todas iguales.

eze.

Nota de autor: es necesario dar fe de mi consciencia a la hora de escribir estas lineas precedentes. Sé, sin lugar a dudas, que la calidad del escrito es realmente mala. Pero sepa ud, señor lector, que a efectos de la expresión y práctica, la prosa elaborada es sumamente voluntaria.

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