martes, 13 de julio de 2010

Abulia.





Nada de sentires bucólicos que atormentan desamparos. La sangre corroe cada cañería para salir en torrentes rojizos sobre el asfalto. Las plantas se arrancan como camisas desgarradas en una noche de desenfreno. Todo converge en el crimen perfecto del pensamiento, las acciones se limitan al pensamiento. La abulia desencadenada por falos de nicotina, whisky y pastillas que recorren un cerebro destrozado, fragmentado. La incidencia del homicidio mental sobrepasa la ilogicidad cotidiana de seres trivializados que, lejos del intento por llegar a concebir la posibilidad de algo semejante, destituyen la situación de sacrificar todo recuerdo. Los ayeres se encuentran en un nido de ratas para ser carcomidos por la voracidad infectada de peste. La memoria subyace en el exilio completo que por propia voluntad logra ejecutar el olvido. Los sabores mentolados, la nicotina, el chocolate y su antidepresivo, componentes lineales de autodestrucción cognitiva. Una destrucción excitante por cada paso para atravesar el frío, por cada inhalar humeante, por cada exhalar de alivio, como si se tratase de exhalar la memoria. Suspiros voluntarios y repletos de recuerdos atrofiados que son expulsados con los dientes apretados. Los labios simulan los barrotes de la jaula y los recuerdos representan a los prisioneros hastiados que se incineran en una hoguera medieval, con toda su culpabilidad real o deseada.

La inquisición del cementerio milita detrás de sonrisas inútiles. Agilulfo toma su espada y atraviesa su armadura sin derramar líquido vital. Hazaña inalcanzable, hazaña perfecta, circular, invisible, inexistente. Así irrumpe en realidades colectivas para decidir destinos efímeros. Contempla las aves, las ardillas, las mujeres, los caballeros, los yelmos brillantes y cada elemento cobra necesariamente su color visual.

La herejía de pensamientos suicidas y el goce particular de la soledad se niegan y se confirman circunstancialmente en el vello púbico, en erecciones latentes, en orgías simultáneas de magnitudes incalculables, en lo plebeyo, en lo cortés. Eyacular vestigios poco nítidos de aquello inusual e inútil es la misión de los campeones, su desayuno y su cena vomitiva, hedionda de menstruación. Lascivia indecente contemporanea, extensión de conciencia y aromas dulces. Alucinógenos para avasallar al planeta y comprender, construir y recordar praderas de lavanda, racimos de uva y castillos renacentistas. Melomanía colmada de sexo imprudente por su negociación salival, por su tacto de gemidos ficticios en una noche de invierno. Vestiduras derramadas en un suelo oscuro y el calor de los cuerpos que acondiciona el clima árido y nival en temperaturas tropicales. Sexo fugaz, sexo indiscriminado, sexo compulsivo, sexo patológico, sexo azul, sexo barnizado, sexo en pocas palabras. Sexo. Imitación de la adicción. Penetración y gritos de placer entre sábanas húmedas de sudor, entre latex y cuero, entre violencia y ceguera. Gemidos musicales hipnóticos e inconscientes que se atan y desatan por la voluntad del clero, de la burguesía, de los campesinos y de las brujas. Que se pegan y despegan entre flujos sin amor, únicamente por experimentación. Lascivia, inquisición, destrucción y ceguera, solo eso, solo eso. Solo eso y unos ojos cerrados que acompañan una sonrisa ornamental de la abulia para finalizar el clímax.

Relatos con pan - eze.

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