Bienaventurados los olvidadizos, le ganan la batalla hasta a sus errores.
Friedrich Nietzsche
Con cenizas...
Podría con tus fotos hacer cien cosas previas a escribir, pero descalifico cada una de ellas por su finalidad innecesaria. El descaro de degollar impulsos en el sometimiento lascivo del deseo. Y con esto no me declaro culpable de la imposibilidad de tenerte, ni me declaro descalificado a la tentativa de declararte afín. No me sobrepasa el exilio del desdén; sin embargo corrijo las pautas anteriores para un tropiezo especulado.
En la tibieza de una almohada, en un cálido humo y en la gélida bebida, encuentro el pulso de las teclas que avanzan sin cálculos para depositar el elogio. La batalla del desamor. Nadie negaría la perversión de prevalecer invicto ante los continuos atentados. Ser sobreviviente de su caricia. Sobrevivirla. Sortear el obstáculo de su abrazo por el módico precio de un silbido agudo y letal. El nácar de las agujas que apuñalan y coaccionan la yugular. Por cada pensamiento, la transmisión se asemeja a un peregrinar eléctrico que sucumbe en el encéfalo y me permite apreciarte. De manera figuarada, no me hace falta su presencia real y exótica para mirarte. Entiendo a la perfección cada gesto y su falsificación en la fantasía me resulta atractiva y particularmente sensual. Por cada peregrinar, el estado catatónico se convierte en un estado de hipnosis voluntaria. Entenderá, pues, es preferible una inanición programada a una idiotez inexplicable, abrumadora e incontrolable. Todo se resuelve con el fin de la explicación total y la negación de casualidad. ¿Quién podría continuar sin el entrecejo fruncido? Puesto que desconfío del testimonio fantasmal de seres irreales, comprendo lo irascible como una fachada del impulso ininteligible y atroz. ¿Quién podría continuar con los brazos esposados? Puesto que las fragancias de la lluvia se cuelan entre las cadenas, una sonrisa impide el desarraigo y la completa inexistencia. Por cierto, la existencia se condensa en su iris castaño, en su iris perfecto, nítido, nacarado. En el cristal de sus ojos, de su boca y de su espíritu. Su corazón de cascabel tañe por cada paso el tacto de mis dedos. Y es tan hermosa situación... y es tan hermosa su caricia, y es tan hermosa...
-Por momentos le acestaría un golpe magnífico entre los ojos para acallar su emocion inquieta. Intente mantener la postura, la expresividad de acero y por sobre todo, las palabras justas sin acudir al simbolismo. Caso contrario... tomaré mi abrigo y me marcharé. Prosiga.-le dijo sin titubear, con más remordimiento que seriedad profesional.
-Lo siento. Lo sentimos, mis ánimos, mi psique, mi cordura, mi lengua y yo. Me resulta menester propagar su existencia de la manera más increíble. Me resulta menester apaciguar la impaciencia del logro en la fantasía anacrónica y atemporal. Contemplo cada una de mis descripciones como poéticas y desfiguradas de realidad, con la finalidad de desviar la rutina a colores y estados inciertos. Con la meta inusual de incinerar vestigios de objetividad cotidiana. Sí, yo, el mismo que pretende racionalizar lo visceral con cuentagotas y nicotina. Sí, el mismo que lleva el estandarte de la negación con orgullo, sobre el hombro y con soberbia. Precisa y exactamente el mismo que colabora en el escepticismo frente epifanías. Pretendo que, así sea por ósmosis, lleguen a su sien mis susurros. Sí, hoy creo en la telepatía. ¿Y cómo no creerlo hoy? Cuando concluyo que su aparición es una epifanía sensorial. ¿Y cómo no derruir la aflicción de un ayer? Cuando su voz me produce pérdida de memoria y otros síntomas involuntarios. Mi voluntad, su voluntad: distintos puntos de fuga para un mismo encuadre. Su mirar, mi mirar: diferentes matices para una misma composición. Su engaño, mi duda: una realidad mitigada por un fantasear complejo, desprolijo, adhesivo, incongruente, desalineado, eterno, temporal y poligonal. ¿Comprende?
-Comprendo, comprendo -ordenó sus anotaciones y las colocó dentro de su maleta. Se puso de pié y estrechó su mano- Espero sepa comprender la toma de decisión. Sabe usted que mi tiempo, aun siendo eterno, es valioso y codiciado. Dichoso usted que, por azar o por descuido de mis súbditos, logra conseguir mi escucha exclusiva. Por esto es que resuelvo, en mi condición de omnisciencia, con mi poder tanto sobre el todo como sobre la nada y con mi título de Dios, la expropiación de su alma. Disculpe usted.
Relatos ermitaños de pan - eze.
En la tibieza de una almohada, en un cálido humo y en la gélida bebida, encuentro el pulso de las teclas que avanzan sin cálculos para depositar el elogio. La batalla del desamor. Nadie negaría la perversión de prevalecer invicto ante los continuos atentados. Ser sobreviviente de su caricia. Sobrevivirla. Sortear el obstáculo de su abrazo por el módico precio de un silbido agudo y letal. El nácar de las agujas que apuñalan y coaccionan la yugular. Por cada pensamiento, la transmisión se asemeja a un peregrinar eléctrico que sucumbe en el encéfalo y me permite apreciarte. De manera figuarada, no me hace falta su presencia real y exótica para mirarte. Entiendo a la perfección cada gesto y su falsificación en la fantasía me resulta atractiva y particularmente sensual. Por cada peregrinar, el estado catatónico se convierte en un estado de hipnosis voluntaria. Entenderá, pues, es preferible una inanición programada a una idiotez inexplicable, abrumadora e incontrolable. Todo se resuelve con el fin de la explicación total y la negación de casualidad. ¿Quién podría continuar sin el entrecejo fruncido? Puesto que desconfío del testimonio fantasmal de seres irreales, comprendo lo irascible como una fachada del impulso ininteligible y atroz. ¿Quién podría continuar con los brazos esposados? Puesto que las fragancias de la lluvia se cuelan entre las cadenas, una sonrisa impide el desarraigo y la completa inexistencia. Por cierto, la existencia se condensa en su iris castaño, en su iris perfecto, nítido, nacarado. En el cristal de sus ojos, de su boca y de su espíritu. Su corazón de cascabel tañe por cada paso el tacto de mis dedos. Y es tan hermosa situación... y es tan hermosa su caricia, y es tan hermosa...
-Por momentos le acestaría un golpe magnífico entre los ojos para acallar su emocion inquieta. Intente mantener la postura, la expresividad de acero y por sobre todo, las palabras justas sin acudir al simbolismo. Caso contrario... tomaré mi abrigo y me marcharé. Prosiga.-le dijo sin titubear, con más remordimiento que seriedad profesional.
-Lo siento. Lo sentimos, mis ánimos, mi psique, mi cordura, mi lengua y yo. Me resulta menester propagar su existencia de la manera más increíble. Me resulta menester apaciguar la impaciencia del logro en la fantasía anacrónica y atemporal. Contemplo cada una de mis descripciones como poéticas y desfiguradas de realidad, con la finalidad de desviar la rutina a colores y estados inciertos. Con la meta inusual de incinerar vestigios de objetividad cotidiana. Sí, yo, el mismo que pretende racionalizar lo visceral con cuentagotas y nicotina. Sí, el mismo que lleva el estandarte de la negación con orgullo, sobre el hombro y con soberbia. Precisa y exactamente el mismo que colabora en el escepticismo frente epifanías. Pretendo que, así sea por ósmosis, lleguen a su sien mis susurros. Sí, hoy creo en la telepatía. ¿Y cómo no creerlo hoy? Cuando concluyo que su aparición es una epifanía sensorial. ¿Y cómo no derruir la aflicción de un ayer? Cuando su voz me produce pérdida de memoria y otros síntomas involuntarios. Mi voluntad, su voluntad: distintos puntos de fuga para un mismo encuadre. Su mirar, mi mirar: diferentes matices para una misma composición. Su engaño, mi duda: una realidad mitigada por un fantasear complejo, desprolijo, adhesivo, incongruente, desalineado, eterno, temporal y poligonal. ¿Comprende?
-Comprendo, comprendo -ordenó sus anotaciones y las colocó dentro de su maleta. Se puso de pié y estrechó su mano- Espero sepa comprender la toma de decisión. Sabe usted que mi tiempo, aun siendo eterno, es valioso y codiciado. Dichoso usted que, por azar o por descuido de mis súbditos, logra conseguir mi escucha exclusiva. Por esto es que resuelvo, en mi condición de omnisciencia, con mi poder tanto sobre el todo como sobre la nada y con mi título de Dios, la expropiación de su alma. Disculpe usted.
...a L.C.L
Relatos ermitaños de pan - eze.
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