domingo, 11 de julio de 2010

Lagrimal.

Si lloro... es porque imperativamente me lo dicto. Porque la constante vital me sonríe y me abraza. Nada la detiene, nada obstruye el camino al cadalzo tortuoso de mi soledad. Sangro lágrimas por necesidad de dolor, muerdo muebles para refugiar la expresividad del sollozo, apago sensaciones y me retuerzo en un rincón para no ser visto, ni oído.

Nada la detiene, ni amistades quirúrgicas, ni relaciones estrechas con ánimos de longevidad, ni labores, ni esfuerzos, ni sonrisas, ni humos. Soledad: sensación inigualable y no desagradable. Sensación análoga a los sentires de Sísifo. Un ciclo inalterable en el que todo ahínco se reduce a la precipitación, al derrumbe, a la insatisfacción. Puesto que mi reflejo es inutilidad, puesto que la autosuficiencia no es suficiente. Tranquilo, tranquilo. Tranquilo. Destrezas del alma que, derruida por cuervos, observa de reojo. Del llanto no quedan más que unos cuántos vasos inflamados al rojo vivo y unos párpados redondos y tiesos. Tranquilo. Respiración normalizada, pulso cardíaco estable. Tranquilo. Una sirena de fondo y voces asustadas y voces de susurro y voces asustadas. El desconsuelo, el desatino, el desnudar, el desapego... la soledad. El despegue final de la abulia, el desahogo bucólico. Los romances. Configuración programada, toxicidad depurada, luces apagadas, ojos apagados, sangre apagada. Desconexión, observar el techo en estado catatónico y sonreir al infierno con gemidos de locura. El despegue final de la abulia. El despegue final al coexistir.

vicisitudes - eze.

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