lunes, 13 de septiembre de 2010

Nuevos Elementos (herramienta 1) - Teléfono Celular

Introducción

La literatura, tal cual la conocemos, siempre adoptó los elementos y recursos que se tuvo en la vida cotidiana para la narración de novelas y poesía. Los avances tecnológicos casi siempre fueron tenidos en cuenta tiempo después de establecidos socialmente. Por esto, las obras clásicas contienen cronotopos que nos permiten remontarnos a su época de escritura, exceptuando, claro está, las novelas modernas y posmodernas que encuadran la historia expuesta en tiempos anteriores. Es por esto que propongo abiertamente la colocación de nuevas tecnologías que abundan en el siglo XXI dentro de nuestros escritos. En más de una ocasión resulta chocante y poco poético la lectura de palabras como "internet", "celular" o "disco compacto (CD)" en escritos de blogs y escritos amateurs. Pero sugiero, se busque el lugar adecuado para su colocación con el fin de comenzar una nueva narrativa que caracterice los tiempos en que vivimos. Dejemos de lado, al menos un rato, la escritura con elementos del renacimiento o del romanticismo. No el formato (o sí), pero sí los elementos.

De aquí en más, señor lector, sepa que se encontrará en más de uno de mis escritos, términos que me son cotidianos para hacer el intento de generar una lírica personal adaptada a estos tiempos.

(Tengo varias justificaciones para esto que expongo y sugiero, pero adaptarme al posmodernismo me lleva a no generar el texto explicativo adecuado)


1. Teléfono Celular

A partir de la década del 90 del siglo pasado, comenzó la inserción del artefacto que hoy en día generaciones enteras no conciben la idea de una vida sin él. El teléfono celular. Un aparato portátil que en estos tiempos, cabe en la palma de la mano y permite la comunicación en tiempo real con casi cualquier persona encuentrese donde se encuentre. Bastan dos condiciones mínimas para la utilización de esta tecnología: (a) disponer del servicio brindado por una compañía de celulares, (b) disponer de saldo a favor para ejecutar la comunicación y (c) que ambas partes intervinientes en la comunicación, tengan el aparato encendido en el mismo momento.

(Si bien lo anteriormente expuesto es de público conocimiento, creo que una aclaración algo minuciosa del asunto puede cumplir la función de herramienta para la producción de situaciones literarias.)

Los teléfonos celulares agilizan el ritmo de vida general de la sociedad. La eficiencia comunicacional lograda no es comparable bajo ningún punto con la circulación de información en tiempos pasados. El correo de antaño tuvo su reemplazo en una primer instancia con la inserción del teléfono en la sociedad. Y el teléfono celular, colabora con el teléfono en algunos casos y en otros, lo sustituye en su completa función.

Al margen de la velocidad en la circulación de información, el celular genera diferencia y se solidariza con el clasismo. Los hay de todo formato y se diferencian por tamaño de pantalla, teclas, colores, marcas y precios. A simple vista se podría decir que el precio es proporcional a la cantidad de utilidades y versatilidad en el aparato. Hasta el momento, con un celular se puede: ver televisión, enviar y recibir mensajes de texto inmediatos, utilizar internet, tomar fotografías, transferir datos de celular a celular o de celular a computador y conversar en tiempo real. Y parece ser que no hay límites en este aspecto. Siempre se logran nuevas funciones e interfaces que modifican las necesidades y demandas sociales en el consumo.

Vaya recurso literario que resulta ser el insignificante, trivial e innecesario teléfono celular. En resumen: velocidad, posmodernismo, versatilidad, clasismo, comunicación. Existir. Escribimos para existir. Escribimos en base al existir. Y un elemento crucial en el existir del corriente siglo, que nos atraviesa el andar, que tiene la capacidad de generar psicopatologías, transmitir afectos viscerales, producir llanto, ira, estremecimiento, alegría, sorpresa, confusión, frustración, decepción... es el teléfono celular.

sábado, 28 de agosto de 2010

Arquitecto de tu libido.


"Masturbarme en el contestador
esperar que termine tu voz,
es tan fácil tenerte, mi amor
pero es tarde, es muy tarde"

Chary


Si, reconozco mis malas corrientes airosas de orgullo y represalias. De mi depende toda la persuación. No desahogues tu tejido enmarañado de fracaso eterno. Impredecible. Sin mediar tapujos ni tabúes, ni contradicciones, cometí la hazaña. Derribé tu edificio para entender que los cimientos me pertenecen. Fui el arquitecto más osado en cuanto a las formas con que esculpí tu mármol. Pude tenerte, convertirte, esculpirte y escupirte. Te construí y te reformulé. Agregué y destituí preceptos y conceptos ligados a tu basura idílica. Una lata de aluminio golpeó tu mejilla izquierda y tu sorpresa atinó a estrangular mi cuello con un collar y a arrancar pedazos de mi piel con tus pocas uñas desteñidas. En el medio de una vereda nocturna, un patrullero se detuvo autoritario, arbitrario y sugerente. Vergüenza, angustia y asco visceral. El comienzo de un fin vomitivo y colmado de drama. Epicismo griego en la posmodernidad de Buenos Aires.


A pesar de ello, nutrí tu piel milimétrica con litros de semen y sudor. Me nutrí de tu amor para convertirlo en el mayor orgasmo de reproche. Las paredes de cada hotel miraron cada vestigio de candidez en su colisión. Clientela asidua de semanas irresponsables. Niños de telenovela. Jugué con tu cuerpo todo, aunque poco recuerde de aquello. Me disculparás, la memoria, el orgullo, la burla y el juego... son una orgía incompetente en una guerra de fronteras. Pero jugué, con tu cuerpo y con tus dudas. Con tu aparato psíquico, con el único fin de provocar el sollozo que pude ver con el humo de mi cigarrillo y dos metros de vía pública. Fui libre. Fraguaste la libertad que reclamaba en el preciso instante en que suplicabas el eterno retorno de lo igual. Intensificaste la libertad en cada intento por alcanzar mis labios y mi miembro viril en una plaza. Me liberaste en el instante aquel, en que te sometí en cuerpo y alma a la perversión sádica de látex, lencería y vouyerismo digital. Hoy, podría publicar cada actuación heroica y descomponer tu imagen a la peor de las miserias.


Fuiste mi puta. Y una muy buena. Y una muy mala. Y una muy burda. Fui tutor de tu experiencia multiorgásmica. Tardes negras y atemporales en una alcoba. Docente e instructor de tu punto "G" y de la mediocridad de tus manos para masturbarme. Corrector ilustre de tu estupidez en la utilización de tu boca y de tu lengua para el sexo oral. Conserje táctil de tu clítoris y tu vagina. Factor principal de la conversión de tu libido en un desquicio desenfrenado de copulación estratégica. Supe llevarte por el camino del placer inigualable con solo recorrer correctamente tu pecho y acercarme a tus pezones rosados y endurecidos por mi lengua. Clímax equitativo y sincrónico. Sentir el desfallecer en un unísono grito al acabar.


Me excitaba saber que te convertías en el animal libidinoso que hoy representás para muchos. Me excita saber que ellos disfrutan de mi construcción amueblada y confortable. Me sobrexcita dar por cierto que creés ser una femme fatale y que lo cierto se encuentre muy distante de ello. Me excita saber que no comprendas la quaestio por el único factor de estrechez mental. Me calienta en exceso saber que los planos, los cimientos y aún el edificio... me pertenece.

Ezequiel Terralba. - Para neuróticos y parafrénicos (Perversiones de cofradía)

miércoles, 4 de agosto de 2010

Melancolía Otoñal

Melancolía otoñal
(Carta melancólica en choque contra vicisitudes cotidianas)





A Iván, para uno de sus largometrajes (Las chicas que escribían a sus ex).

Creo en la nobleza de la cuestión. Aunque me pregunte sendas veces si es tan noble extrañarte. Puedo jugar algunos papeles que no me corresponden con más de una persona que no me corresponde, con el único fin de deducir una idea que no me conduce. Y es solo que no me conduce. Al menos si me condujera a un callejón sin salida… estaría feliz.

¿Sabés cuántos pensamientos inútiles y no tan vacíos llegan a mi entrecejo en una hora? Quizás te limites a reflexionar arduamente una milésima de segundo. Es precisamente esa fracción de tiempo la que ejecuta una guillotina que me condena a extrañarte.

Entiendo perfectamente cada excusa expuesta, cada reproche abofetado y cada desprecio engendrado, pero estos soplos de viento de nada me sirven en una tarde de otoño.

Entender no es lo que pretendo. Solo pretendo alcanzarte. ¿Y dónde estás? Lejos. ¿Por qué? Es la circularidad de la cuestión: siempre volver a los factores, a las ramas del árbol que entretejieron este final poco esperado. Al menos por mí.

No se si esperarte, no se si dejarte porque sí. La verdad es que el tiempo no me pesa y nada me cuesta acariciarte en un sueño, o mirar tus fotos, o buscarte entre la multitud de un tren. Nada me cuesta recordarte.


eze. - Cartas breves para largometrajes.

sábado, 24 de julio de 2010

Oferta: Lobotomizador.



Lobotomía: es la ablación total o parcial de los lóbulos frontales del cerebro.
Este procedimiento se refiere comúnmente a
toda clase de cirugías en los lóbulos frontales del cerebro;
sin embargo, debe llamarse propiamente lobotomía
a la destrucción de las vías nerviosas
sin extirpación y lobectomia cuando sí haya extirpación.



Parte I


Ni Gingsberg, ni Kerouac, ni Burroughs. Mucho menos Bukowsky. Ninguno. Tomo la lupa de veinte para transformarla en hielo negro, lúgubre. Beatnik posmoderno. Beatnik con celular, con monitor y con una Nikon D40. Sin jeringas, sin cadillac, sin LSD24, sin cocaína, sin eucodal, ni cucharas quemadas, ni yage. Mi ayahuasca se respira en la vereda, en la cocina, en el patio y por sobre todo, frente a veintiún pulgadas de imágenes. No importa la cantidad de pulgadas, el resultado es el mismo. Me detengo con mi lupa helada y ennegrecida frente a un plato de vegetales frescos. El resultado es el mismo. Aunque mi lupa, en pleno uso de su función, me comunica lo contrario. Una felicidad pequeña, un monto de afecto mínimo, depende necesariamente de catorce pulgadas. Interpreto ironía y esbozo una sonrisa soberbia, hastiada. Catorce, el número de la infinidad. Catorce, el mínimo para observar felicidad... infinita. El resultado es el mismo, aunque se discrimine el tamaño. Aunque un sujeto, o dos, o cinco, diez, catorce, no lo discriminen. Por algún motivo, el cocainómano depende de las dosis constantes para la sensación de placer constante. Sin cuestionar el motivo, se dirige cómo puede allí donde ve dinero y luego allí donde ve cocaína. Quizás en un inicio le basta una dosis rápida, breve. Una línea, un pase, un firulazo. Y así, cada gránulo de harina aspirado se arroja a unos alveolos hechizados que, por cada respirar, solicitan con gemidos una nueva dosis. Por cada latido de corazón, una voz susurra "dosis" muy cerca del encéfalo. Un pase. Algo mínimo. Catorce pulgadas. El resultado es el mismo.
Con un tenedor de acero brasilero intento coger un poco de los vegetales. Lento lo acerco al plato, lento se transforma en un tenedor de cristal, gélido y negro. Recojo sin sobresalto un poco de lechuga, un poco de tomate y lo llevo a mi boca, masco y trago. Tomo la lupa fría una vez más y me comunica risas, dentro y fuera del lobotomizador. Como los junkies, si aumenta la dosis, aumenta el placer, aunque el resultado sea exactamente el mismo. Si aumenta la dimensión diagonal, mayor la felicidad.

Parte II

Soy testigo de la diversidad de tamaños que se depositan en salas de estar. A su vez, reflejan status y me tomo la libertad de creer que la felicidad copula impunemente con la economía. La lobotomía nunca ha sido tan voluntaria. Dichoso Bradbury, quien me obsequió en última instancia la lupa que estropeé o pulí, como quiera tomarse. No hace falta la lupa para entender que quién tenga un lobotomizador de catorce pulgadas, aspira a poseer uno de, por lo menos, veinte pulgadas. Así, quien posea uno de veinte, aspira a un incremento de, por lo menos, veintiún pulgadas. Mayor tamaño, mayor imagen, mayor felicidad, mejor la dosis. El adicto depende de pocas facultades mentales para satisfacer su necesidad de droga lobotomizadora. El adicto, necesariamente, prioriza el placer mental y por esto, se impone deudas por sus dósis. La lobotomía nunca se ha pagado en cuotas eternas. Tomo una jarra con agua, la botella ennegrece y se congela. Tomo un vaso para servir el agua y sufre el mismo destino. Discrimino las mutaciones para hidratarme con tranquilidad. Marcho con el vaso oscuro y mi lupa hacia otra habitación.


Parte III

Una imagen nítida en definición es vomitada en cuarenta y dos pulgadas diagonales. Una imagen tridimensional y casi palpable. Una imagen inútil para pocos, referencial para algunos y llena de una felicidad indiscutible para muchos. Observo con la lupa y cada pixel colorido se asemeja a los colores alucinógenos del ácido lisérgico. La mirada de los adictos destellan en pupilas dilatadas. Sonríen estupefactos sin una lupa, con el nervio óptico sobreestasiado. Intento persuadir a uno de los junkies posmodernos, me acerco tranquilo, sin preocupación a la vista.
-¿No te apetece observar con mi lupa? -con una sonrisa entre mis mejillas, supongo que la idea será aceptada, pero el adicto ni siquiera puede contestar. La adicción detiene la recepción de neurotransmisores, detiene la total ejecución de las facultades mentales, detiene su cerebro tanto como su existencia. Al fin, atina a contestar un enfurecido "No molestes. No quiero terminar de ese color", para luego expulsar una carcajada sin motivo. Al menos yo, no encuentro motivo.


Parte IV

Me retiro al baño y comienzo una reflexión que no vale siquiera el esfuerzo de escribir. Me detengo en el punto en que le atribuyo la culpa a mi lupa. Es poco agradable a la vista, es poco atractiva. Es negra, de hielo. Poco agradable al tacto. Puedo reconocerlo aún cuando mi encanto por ella es inigualable. Corro mi mirada hacia la lupa, la observo, sonrío y mis ojos deben brillar en este momento. Por algún motivo, mis ojos siguen el mango de la lupa y siguen hasta la mano con la que la sostengo. Me horrorizo. Mi mano: negra como el carbón. Raudo me acerco al espejo, mi piel, mis dientes, mis ojos, mi lengua, negras como el petróleo. Corro fuera del baño, una de las habitaciones, repleta de adictos con narices empolvadas que rien frente al lobotomizador gigante. Otro cuarto, pequeño y modesto, con dos ancianas en las mismas condiciones risueñas, pero con jeringas de heroína en las manos y en la mesa, frente al lobotomizador pequeño de catorce pulgadas. En una tercer habitación, un niño de cinco años aproximadamente, juega con un rompecabezas hecho de ácido lisérgico, con un lobotomizador que arroja sujetos disfrazados de dinosaurios. Lógicamente, rie a carcajadas y se lleva una pieza del rompecabezas a la boca. Mi pánico se incrementa. Corro hasta la calle y me calmo.

Parte V

Me siento en el cordón de la vereda y respiro con profundidad. La calle solitaria me observa, me contempla, me protege, me cobija. Suspiro. Prendo un cigarro y pienso inútilmente qué hacer. Pasan diez minutos, veinte minutos, media hora y en el hilar de pensamientos se entretejen risas que provienen del interior. Una dicotomía trivial me atormenta, arrojar la lupa y destruirla, o lidiar como se pueda con la lupa y confiar en su sabiduría. Opto por la primer opción, con dudas, pero el exilio me resulta despreciable. La tomo entre mis manos y la arrojo con la mayor de mis fuerzas hacia el suelo de marmol. Nada. Solo rebota. La piso, salto sobre ella. Nada. El resultado es el mismo. Miro el cielo y tomo con mis manos mi cabello, arrojo un suspiro al viento para que se confunda la ayahuasca dulce del aire con mi vapor húmedo. Cierro mis ojos, miro la lupa indestructible en el piso un momento y la recojo. La miro, aclaro la garganta, la guardo en el bolsillo de mi abrigo, tomo aire y vuelvo a entrar. Una vez más, el resultado es el mismo. Siempre el mismo. Sea dentro o fuera. Dentro o fuera, es inútil, en la feria de vanidades.


eze.

miércoles, 21 de julio de 2010

Abrazo invernal




Desorbitar las moléculas y desordenar el tiempo. Una súplica de estímulos adyacentes en gorgojos de niebla blanca. Incorporar al súbdito de castigos en armarios de seda. Lamentar cada suspiro de insomnio y escupirlo en extravagancia. Una bufanda y un chaleco. El invierno que llega en soplos de viento gélido desde el sur. Caminatas apresuradas con manos en los bolsillos de cada grueso abrigo. Gorros de lana, inundan las cabezas de cada existencia efímera y cobijan conciencias en discurrir. Por cada exhalar, asciende una nube húmeda. Tan húmeda como humana. Tan húmeda como los recuerdos. El cielo gris. Mil nubes abrazadas entre sí, o que abrazan el celeste detrás de ellas en un intento inútil. Abrazos de invierno. Tipicidad de estación. Leña, sofá y abrazo. Abrazar el hilo de los guantes, abrazar con los labios la temperatura del café, abrazar las piernas debajo de la frazada, abrazar tazas entre manos sedientas de calor humano, abrazar toallas, mantas y manteles, cucharas, caldos, calderas y caderas. Abrazar con el antebrazo, con el codo, con las rodillas, con el pubis, con la boca, con los oídos y con los ojos. Abrazar en el amanecer, abrazar en el mediodía, por la tarde, por la noche en una estación de trenes. Abrazar para contemplar la nieve, para acompañar el compás de cada copo, para copular. Abrazar... el frío.


foto: Romina Rocío Degasperi
modelo: eze.
texto: eze.

lunes, 19 de julio de 2010

Miedo (Carta desnuda en período de espera)




Con amor...


Miedo

(Del lat. metus).

1. m. Perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario.

2. m. Recelo o aprensión que alguien tiene de que le suceda algo contrario a lo que desea.

~ cerval.

1. m. El grande o excesivo.


Real Academia Española


Muchacha ojos de papel,

¿adónde vas?

Quedate hasta el alba

Muchacha pequeños pies,

no corras más

Quedate hasta el alba


Sueña un sueño despacito entre mis manos

hasta que por la ventana suba el sol.


Muchacha piel de rayón,

no corras más,

tu tiempo es hoy...


Spinetta, Luis Alberto




Hoy no me queda otra manera de extrañarte que no sea en este acto impune de egolatría. Aun en la semejanza con una acción demostrativa, afectuosa y romántica. Acomodo mis piernas, parpadeo, suspiro y me intoxico con desamparo y error. Purgo malas pasiones en un inhalar eterno, fresco como pocos, fresco como la nieve. Luis gotea armonías que me arranca las mariposas de la piel, mientras exhalo sindromes perfumados con café y el tiritar de mis manos frías, se confunde con el sonido de cada tecla oscura que golpeo.


Tu corazón de tiza, de algodón, de azúcar, de lípidos, de alcohol, de hielo, de acero, de flores marchitas. Tu corazón acorazado, atrincherado, desesperado, agitado. Tu corazón, que me es ajeno por temor ajeno. Por incomprensión tal vez. Por desorden quizás. Por motivos que deben asemejarse al dolor pasado, a la incertidumbre del presente y a la impredictibilidad del futuro. Futuro cercano, futuro lejano ¿qué importa el plazo? ¿Qué importa el querer? Poco, nada, mucho, todo. Depende, imagino, de los impulsos a saciar o las reflexiones a expresar y verbalizar. Aunque sea, gestualizar. El detenimiento de aquello se recuesta sobre sábanas de una inseguridad palpable como madera de roble. Entre tanto, me toca pensar en ella, luego en mí. Entre tanto, le toca pensar en él, luego en ella. Círculos abstractos y vitales que conforman el juego lúdico de amar. Constantes e imprecisos e impredecibles e incongruentes. Inmersos en un lago pacífico y azul. En el centro de un valle otoñal.

Se me ocurre parir palabras capaces de atravesar ondas cerebrales. Sin intención de convencimiento abrupto. De algún modo, es solo una solicitud más ante columnas de cristal que nos separa. Un arrepentimiento movido por desencanto de formularios. El olvido es parte de los recuerdos ásperos. Conectemos los abrazos, enlacemos nuestras atenciones y nuestras intenciones. Fragüemos recuerdos futuros, escribamos cada tropiezo con tinta y papel. Y que las teclas lamenten su inutilidad entre escombros de fotografías. Encontremos nuestros latidos simultaneos como relojes a destiempo. No seamos diacrónicos, seamos complementarios. Te propongo coleccionarnos. Te propongo consuelo entre lágrimas sincronizadas. Te propongo destituir reyes y reinas hasta despedazarnos y así, volver a coleccionarnos. Te propongo sinceridad y no indiferencia. Te propongo pasión. Te sugiero que me tomes, que me bebas. Te sugiero mis labios, mis brazos, mis ojos. Te propongo. Me sugiero.

El témpano de derrite en metros cúbicos. Una taza de café y las vicisitudes de cada nube que se choca en un cielo tenebroso. Diluvio de verano. Intermitente, como nuestro pasar o nuestro pesar. Peces y dientes. Semillas y narices. Perfume de cuerpos tostados por un fuego incontrolable. Tus deseos, mis deseos. Empatía nítida entre relámpagos nocturnos de incandecente insomnio. Voces al teléfono que se entrelazan en un diálogo que por momentos es susurro. Un susurro suave como frazadas llenas de anatomía. Un susurro que reclama y que dispara balas de aluminio prensadas en desnudez emocional. Un susurro incomprensible en el contenido de la oratoria. Un susurro que roza la contradicción, pero es un susurro que completa cambios y efectúa premisas coloridas, pintorescas. Un susurro imperioso. Un... te quiero.



Y esperó que dispare todas sus balas de negación por última vez. Que lo acribillara en una pared pintada de blanco soledad, para no poder ver su sentir de impotencia y su expresar de indiferencia con una mirada letal y avasallante.


...a L.C.L.



martes, 13 de julio de 2010

Abulia.





Nada de sentires bucólicos que atormentan desamparos. La sangre corroe cada cañería para salir en torrentes rojizos sobre el asfalto. Las plantas se arrancan como camisas desgarradas en una noche de desenfreno. Todo converge en el crimen perfecto del pensamiento, las acciones se limitan al pensamiento. La abulia desencadenada por falos de nicotina, whisky y pastillas que recorren un cerebro destrozado, fragmentado. La incidencia del homicidio mental sobrepasa la ilogicidad cotidiana de seres trivializados que, lejos del intento por llegar a concebir la posibilidad de algo semejante, destituyen la situación de sacrificar todo recuerdo. Los ayeres se encuentran en un nido de ratas para ser carcomidos por la voracidad infectada de peste. La memoria subyace en el exilio completo que por propia voluntad logra ejecutar el olvido. Los sabores mentolados, la nicotina, el chocolate y su antidepresivo, componentes lineales de autodestrucción cognitiva. Una destrucción excitante por cada paso para atravesar el frío, por cada inhalar humeante, por cada exhalar de alivio, como si se tratase de exhalar la memoria. Suspiros voluntarios y repletos de recuerdos atrofiados que son expulsados con los dientes apretados. Los labios simulan los barrotes de la jaula y los recuerdos representan a los prisioneros hastiados que se incineran en una hoguera medieval, con toda su culpabilidad real o deseada.

La inquisición del cementerio milita detrás de sonrisas inútiles. Agilulfo toma su espada y atraviesa su armadura sin derramar líquido vital. Hazaña inalcanzable, hazaña perfecta, circular, invisible, inexistente. Así irrumpe en realidades colectivas para decidir destinos efímeros. Contempla las aves, las ardillas, las mujeres, los caballeros, los yelmos brillantes y cada elemento cobra necesariamente su color visual.

La herejía de pensamientos suicidas y el goce particular de la soledad se niegan y se confirman circunstancialmente en el vello púbico, en erecciones latentes, en orgías simultáneas de magnitudes incalculables, en lo plebeyo, en lo cortés. Eyacular vestigios poco nítidos de aquello inusual e inútil es la misión de los campeones, su desayuno y su cena vomitiva, hedionda de menstruación. Lascivia indecente contemporanea, extensión de conciencia y aromas dulces. Alucinógenos para avasallar al planeta y comprender, construir y recordar praderas de lavanda, racimos de uva y castillos renacentistas. Melomanía colmada de sexo imprudente por su negociación salival, por su tacto de gemidos ficticios en una noche de invierno. Vestiduras derramadas en un suelo oscuro y el calor de los cuerpos que acondiciona el clima árido y nival en temperaturas tropicales. Sexo fugaz, sexo indiscriminado, sexo compulsivo, sexo patológico, sexo azul, sexo barnizado, sexo en pocas palabras. Sexo. Imitación de la adicción. Penetración y gritos de placer entre sábanas húmedas de sudor, entre latex y cuero, entre violencia y ceguera. Gemidos musicales hipnóticos e inconscientes que se atan y desatan por la voluntad del clero, de la burguesía, de los campesinos y de las brujas. Que se pegan y despegan entre flujos sin amor, únicamente por experimentación. Lascivia, inquisición, destrucción y ceguera, solo eso, solo eso. Solo eso y unos ojos cerrados que acompañan una sonrisa ornamental de la abulia para finalizar el clímax.

Relatos con pan - eze.